CULTURA LIBRE CÓMO LOS GRANDES MEDIOS USAN LA TECNOLOGÍA Y LAS LEYES PARA ENCERRAR LA CULTURA Y CONTROLAR LA CREATIVIDAD por LAWRENCE LESSIG

LA LUCHA QUE se libra ahora mismo se centra en dos ideas: "piratería" y
"propiedad". El objetivo de las próximas dos partes de este libro es explorar
estas dos ideas.
El método que sigo no es el habitual en un profesor universitario. No
quiero sumergirte en un argumento complejo, reforzado por referencias a
oscuros teóricos franceses–por muy natural que eso se haya vuelto para la clase
de bichos raros en la que nos hemos convertido. En cada parte, más bien,
comienzo con una colección de historias que dibujan el contexto dentro del cual
se puedan comprender mejor estas ideas aparentemente sencillas.
Estas dos secciones establecen la tesis central de este libro: que mientras
que Internet ha producido realmente algo fantástico y nuevo, nuestro gobierno,
presionado por los grandes medios audiovisuales para que responda a esta "cosa
nueva", está destruyendo algo muy antiguo. En lugar de comprender los cambios
que Internet permitiría, y en lugar de dar tiempo para que el "sentido común"
decida cuál es la mejor forma de responder a ellos, estamos dejando que
aquellos más amenazados por los cambios usen su poder para cambiar las
leyes—y, de un modo más importante, usen su poder para cambiar algo
fundamental acerca de lo que siempre hemos sido.
Esto lo permitimos, creo, no porque esté bien, ni porque la mayoría de
nosotros creamos en estos cambios legales. Lo permitimos porque los intereses
más amenazados se hallan entre los actores más importantes en nuestro proceso
de promulgar leyes, tan deprimentemente lleno de compromisos. Este libro es la
historia de una consecuencia más de esta forma de corrupción–una
consecuencia que para la mayoría de nosotros está sumida en el olvido.

INTRODUCCIÓN

EL DIECISIETE DE septiembre de 1903, en una playa de Carolina del Norte
azotada por el viento, durante casi cien segundos, los hermanos Wright
demostraron que un vehículo autopropulsado más pesado que el aire podía
volar. Fue un momento eléctrico y su importancia quedó entendida de una forma
generalizada. Casi de inmediato, hubo una explosión de interés en esta recién
descubierta tecnología del vuelo con seres humanos, y una manada de
innovadores empezó a construir a partir de ella.
En la época en la que los hermanos Wright inventaron el aeroplano, las
leyes estadounidenses mantenían que el dueño de una propiedad presuntamente
poseía no sólo la superficie de sus tierras, sino todo lo que había por debajo
hasta el centro de la tierra y todo el espacio por encima, hasta "una extensión
indefinida hacia arriba".

Durante muchos años, los estudiosos se habían roto la cabeza intentando entender la idea de que los derechos sobre tierras llegaban a los cielos. ¿Quería eso decir que eras dueño de las estrellas? ¿Podías procesar a los gansos por allanamiento premeditado y repetido?
Entonces llegaron los aviones y por primera vez este principio de las leyes estadounidenses–profundamente anclada en los cimientos de nuestra tradición, y reconocida por los pensadores legales más importantes de nuestro pasado–se volvió algo importante. Si mis tierras llegan hasta los cielos, ¿qué pasa cuando United Airlines sobrevuela mis campos? ¿Tengo derecho a expulsarla de mi propiedad? ¿Tengo derecho a negociar una licencia exclusiva con Delta? ¿Podemos celebrar una subasta para decidir cuánto valen estos derechos?

En 1945, estas preguntas se convirtieron en un caso federal. Cuando Thomas Lee y Tinie Causby, granjeros de Carolina del Norte, empezaron a perder pollos debido a aeronaves militares que volaban bajo (los pollos aterrados aparentemente echaban a volar contra las paredes de los cobertizos y morían), los Causby presentaron un demanda diciendo que el gobierno estaba invadiendo sus tierras. Los aviones, por supuesto, nunca tocaron la superficie de las tierras de los Causby. Pero si, como Blackstone, Kent y Coke habían dicho, sus tierras llegaban hasta "una extensión indefinida hacia arriba", entonces el gobierno estaba cometiendo allanamiento y los Causby querían que dejara de hacerlo.

El Tribunal Supremo estuvo de acuerdo en oír el caso de los Causby. El Congreso había declarado públicas las vías aéreas, pero si la propiedad de alguien llegaba de verdad hasta los cielos, entonces la declaración del Congreso podría ser vista como una "incautación" ilegal de propiedades sin compensación a cambio. El Tribunal reconoció que "es una doctrina antigua que según la jurisprudencia existente la propiedad se extendía hasta la periferia del universo".
Pero el juez Douglas no tenía paciencia alguna con respecto a la doctrina antigua. En un único párrafo, cientos de años de leyes de la propiedad quedaron borrados. Tal y como escribió para el Tribunal:

[La] doctrina no tiene lugar alguno en el mundo moderno. El aire es una
autopista pública, como ha declarado el Congreso. Si esto no fuera cierto,
cualquier vuelo transcontinental sometería a los encargados del mismo a
innumerables demandas por allanamiento. El sentido común se rebela
ante esa idea. Reconocer semejantes reclamaciones privadas al espacio
aéreo bloquearía estas autopistas, interferiría seriamente con su control y
desarrollo en beneficio del público, y transferiría a manos privadas aquello
a lo que sólo el público tiene justamente derecho.

"El sentido común se rebela ante esa idea".

Así es como la ley funciona habitualmente. No es tan corriente que lo
haga de un modo tan abrupto o impaciente, pero al fin y al cabo es así como
funciona. El estilo de Douglas era no vacilar. Otros jueces habrían dicho bobadas
página tras página hasta llegar a la misma conclusión que Douglas expresa en
una línea: "El sentido común se rebela ante esa idea". Pero da igual que lleve
páginas o unas pocas palabras, el genio especial de un sistema de derecho
basado en la jurisprudencia, como el nuestro, es que las leyes se ajustan a las
tecnologías de su tiempo. Y conforme se ajusta, cambia. Ideas que eran sólidas
como rocas en una época se desmoronan en la siguiente.

O al menos, ésta es la manera en la que las cosas ocurren cuando no hay nadie poderoso del otro lado, frente al cambio. Los Causby no eran más que granjeros. Y aunque sin duda habría muchos disgustados por el creciente tráfico aéreo (aunque uno espera que no muchos pollos se arrojasen contra las paredes), los Causby del mundo entero hallarían muy difícil el unirse y detener la idea, y la tecnología, a la que los hermanos Wright habían dado luz. Los hermanos Wright escupieron las aerolíneas en la piscina memética tecnológica; la idea después se difundió como un virus en un gallinero; granjeros como los Causby se encontraron rodeados por "lo que parecía razonable" dada la
tecnología producida por los Wright. Podían estar de pie en sus granjas, con pollos muertos en las manos, y agitar los puños ante esas novedosas tecnologías todo lo que les diera la gana. Podían llamar a sus representantes e incluso presentar una demanda. Pero al final de todo, la fuerza de lo que le parecía "obvio" a todos los demás–el poder del "sentido común"–prevalecería. No se permitiría que sus "intereses privados" derrotaran lo que era obviamente una ganancia pública.

EDWIN HOWARD ARMSTRONG es uno de los genios inventores estadounidenses olvidados. Llegó a la gran escena de los inventores estadounidenses justo después de los titanes Thomas Edison y Alexander Graham Bell. Pero su trabajo en el área de la tecnología radiofónica es quizá más importante que el de cualquier inventor individual en los primeros cincuenta años de la radio. Mejor preparado que Michael Faraday, quien siendo aprendiz de un encuadernador había descubierto la inducción eléctrica en 1831, pero con la misma intuición acerca de como funcionaba el mundo de la radio. Al menos en tres ocasiones Armstrong inventó tecnologías profundamente importantes que avanzaron nuestra comprensión de la radio.

El día después de la Navidad de 1933 a Armstrong se le otorgaron cuatro
patentes por su invención más significativa–la radio FM. Hasta entonces, la radio
comercial había sido de amplitud modulada (AM). Los teóricos de esa época
habían dicho que una radio de frecuencia modulada jamás podría funcionar.
Tenían razón por lo que respecta a una radio FM en una banda estrecha del
espectro. Pero Armstrong descubrió que una radio de frecuencia modulada en
una banda ancha del espectro podría proporcionar una calidad de sonido
asombrosamente fiel, con mucho menos consumo del transmisor y menos
estática.

El cinco de noviembre de 1935, hizo una demostración de esta tecnología en una reunión del Instituto de Ingenieros de Radio en el Empire State Building en Nueva York. Sintonizó su dial a través de una gama de emisoras de AM, hasta que la radio se quedó quieta en una emisión que había organizado a 27 kilómetros de distancia. La radio se quedó totalmente en silencio, como si estuviese muerta, y después, con una claridad que nadie en esa sala jamás había oído en un dispositivo eléctrico, produjo el sonido de la voz de un locutor: "Ésta es la emisora aficionada W2AG en Yorkers, Nueva York, operando en una frecuencia modulada de dos metros y medio".

La audiencia estaba oyendo algo que nadie había pensado que fuera posible:
Se vació un vaso de agua delante del micrófono en Yonkers; sonó como
vaciar un vaso de agua… Se arrugó y rasgó un papel; sonó como un papel
y no como un fuego crepitando en mitad del bosque… Se tocaron discos
de marchas de Sousa y se interpretaron un solo de piano y una pieza para
guitarra… La música se proyectó con una sensación de estar realmente en
un concierto que raras veces se había experimentado con una "caja de
música" radiofónica.

Como nos dice nuestro sentido común, Armstrong había descubierto una
tecnología radiofónica manifiestamente superior. Pero en la época de su invento,
Armstrong trabajaba para la RCA. La RCA era el actor dominante en el mercado,
dominante entonces, de la radio AM. Para 1935, había mil estaciones de radio
por todos los EE.UU., pero las emisoras de las grandes ciudades estaban en
manos de un puñado de cadenas.

El presidente de la RCA, David Sarnoff, amigo de Armstrong, estaba
deseando que Armstrong descubriera un medio para eliminar la estática de la
radio AM. Así que Sarnoff estaba muy entusiasmado cuando Armstrong le dijo
que tenía un dispositivo que eliminaba la estática de la "radio".

Pero cuando Armstrong hizo una demostración de su invento, Sarnoff no estuvo contento.

Pensaba que Armstrong inventaría algún tipo de filtro que eliminara la
estática de nuestra radio AM. No pensaba que empezaría una revolución–
empezaría toda una maldita industria que competiría con la RCA4.
El invento de Armstrong amenazaba el imperio AM de la RCA, así que la
compañía lanzó una campaña para ahogar la radio FM. Mientras que la FM podía
ser una tecnología superior, Sarnoff era un estratega superior. Tal y como un
autor lo describe:

Las fuerzas a favor de la FM, en su mayoría del campo de la ingeniería, no
pudieron superar el peso de la estrategia diseñada por las oficinas legales,
de ventas y de patentes para derrotar a esta amenaza a la posición de la
corporación. Porque la FM, en caso de que se le permitiera desarrollarse
sin trabas, presentaba […] un reordenamiento completo del poder en el
campo de la radio […] y la caída final del sistema cuidadosamente
restringido de la AM sobre la cual la RCA había cultivado su poder.

La RCA, en un principio, dejó la tecnología en casa, insistiendo en que
hacían falta más pruebas. Cuando, después de dos años de pruebas, Armstrong
empezó a impacientarse, la RCA comenzó a usar su poder con el gobierno para
detener en general el despliegue de la FM. En 1936, la RCA contrató al anterior
presidente de la FCC y le asignó la tarea de asegurarse que la FCC asignara
espectros de manera que castrara la FM–principalmente moviendo la radio FM a
una banda del espectro diferente. En principio, estos esfuerzos fracasaron. Pero
cuando Armstrong y el país estaban distraídos con la Segunda Guerra Mundial, el
trabajo de la RCA empezó a dar sus frutos. Justo antes de que la guerra
terminara, la FCC anunció una serie de medidas que tendrían un efecto claro: la
radio FM quedaría mutilada. Tal y como Lawrence Lessig lo describe:

La serie de golpes recibidos por la radio FM justo después de la guerra, en
una serie de decisiones manipuladas a través de la FCC por los grandes
intereses radiofónicos, fue casi increíble en lo que respecta a su fuerza y
perversidad.

Para hacerle hueco en el espectro a la última gran apuesta de la RCA, la
televisión, los usuarios de la radio FM tuvieron que ser trasladados a una banda
del espectro totalmente nueva. También se disminuyó la potencia de las
emisoras de FM, lo que significó que la FM ya no podía usarse para transmitir
programas de un extremo a otro del país. (Este cambio fue fuertemente apoyado
por la AT&T, debido a que la pérdida de estaciones repetidoras significaría que la
estaciones de radio tendrían que comprarle cable a la AT&T para poder
conectarse). Así se ahogó la difusión de la radio FM, al menos de momento.
Armstrong ofreció resistencia a los esfuerzos de la RCA. En respuesta, la
RCA ofreció resistencia a las patentes de Armstrong. Después de incorporar la
tecnología FM al estándard emergente para la televisión, la RCA declaró las
patentes sin valor–sin base alguna, y casi quince años después de que se
otorgaran. Se negó así a pagarle derechos a Armstrong. Durante cinco años,
Armstrong peleó una cara guerra de litigios para defender las patentes.
Finalmente, justo cuando las patentes expiraban, la RCA ofreció un acuerdo con
una compensación tan baja que ni siquiera cubriría las tarifas de los abogados de
Armstrong. Derrotado, roto, y ahora en bancarrota, en 1954 Armstrong le
escribió una breve nota a su esposa y luego saltó desde la ventana de un
decimotercer piso.

Así es como la ley funciona a veces. No es corriente que lo haga de esta
manera tan trágica, y es raro que lo haga con este dramático heroísmo, pero, a
veces, así es como funciona. Desde el principio, el gobierno y las agencias
gubernamentales han corrido el peligro de que las secuestren. Es más probable
que las secuestren cuando poderosos intereses sienten la amenaza de un
cambio, ya sea legal o tecnológico. Con demasiada frecuencia, estos poderosos

intereses emplean su influencia dentro del gobierno para que éste los proteja.
Por supuesto, la retórica de esta protección está siempre inspirada en el
beneficio público; la realidad es algo distinta, sin embargo. Ideas que eran tan
sólidas como rocas en una época pero que, sin más apoyo que sí mismas, se
desmoronarían en la siguiente, se sostienen por medio de esta sutil corrupción
de nuestro proceso político. La RCA tenía lo que no tenían los Causby: el poder
necesario para asfixiar el efecto del cambio tecnológico.
NO HAY UN único inventor de Internet. Ni hay una buena fecha para marcar su
nacimiento. Sin embargo, en un tiempo muy corto, Internet se ha convertido en
parte de la vida diaria de los EE.UU. Según el Pew Internet and American Life
Project, un 58% de los estadounidenses tenía acceso a Internet en el 2002,
subiendo así con respecto al 49% de dos años antes7. Esa cifra podría
perfectamente exceder dos tercios del país para finales del 2004.
Conforme Internet se ha integrado en la vida diaria, ha cambiado las
cosas. Algunos de esos cambios son técnicos–Internet ha hecho que las
comunicaciones sean más rápidas, ha bajado los costes de recopilar datos, etc.
Estos cambios técnicos no son el tema de este libro. Son importantes y no se los
comprende bien. Pero son el tipo de cosas que simplemente desaparecerían si
apagáramos Internet. No afectan a la gente que no usa Internet, o al menos no
la afectarían directamente. Son tema apropiado para un libro sobre Internet,
pero este libro no es sobre Internet.

Por contra, este libro es sobre un efecto que Internet tiene más allá de la
propia Internet: el efecto que tiene sobre la forma en la que la cultura se
produce. Mi tesis es que Internet ha inducido un importante y aún no reconocido
cambio en ese proceso. Ese cambio transformará radicalmente una tradición que
es tan vieja como nuestra república. La mayoría, si reconociera este cambio, lo
rechazaría. Sin embargo, la mayoría ni siquiera ve el cambio que ha introducido
Internet.

Podemos vislumbrar algo de este cambio si distinguimos entre cultura
comercial y no comercial, y dibujamos un mapa de la forma en la que las leyes
regulan cada una de ellas. Con "cultura comercial" me refiero a esa parte de
nuestra cultura que se produce y se vende, o que se produce para ser vendida.
Con "cultura no comercial" me refiero a todo lo demás. Cuando los ancianos se
sentaban en los parques o en las esquinas de las calles y contaban historias que
los niños y otra gente consumían, eso era cultura no comercial. Cuando Noah
Webster publicaba su "Antología de artículos", o Joel Barlow sus poemas, eso era
cultura comercial.

Al principio de nuestra historia, y durante casi toda la historia de nuestra
tradición, la cultura no comercial básicamente no estaba sometida a regulación.
Por supuesto, si tus historias eran obscenas o si tus canciones hacían demasiado
ruido, las leyes podían intervenir. Pero las leyes nunca se preocupaban
directamente de la creación o la difusión de esta forma de cultura, y dejaban que
esta cultura fuera "libre". Las formas corrientes en las que individuos normales
compartían y transformaban su cultura–contando historias, recreando escenas
de obras de teatro o de la televisión, participando en clubs de fans,
compartiendo música, grabando cintas–, las leyes dejaban tranquilas a todas
estas actividades.

Las leyes se centraban en la creatividad comercial. Al principio de un
modo leve, después de una manera bastante extensa, las leyes protegían los
incentivos a los creadores al concederles derechos exclusivos sobre sus obras de
creación, de manera que pudieran vender esos derechos exclusivos en el
mercado8. Esto es también, por supuesto, una parte importante de la creatividad
y la cultura y se ha convertido cada vez más en una parte importante de los
EE.UU. Pero en modo alguno era lo dominante en nuestra tradición. Era, por
contra, una parte tan sólo, una parte controlada, equilibrada por la parte libre.
Ahora se ha borrado esta división general entre lo libre y lo controlado9.
Internet ha preparado dicha desaparición de límites y, presionadas por los
grandes medios, las leyes ahora la han llevado a cabo.Por primera vez en

nuestra tradición, las formas habituales en las cuales los individuos crean y
comparten la cultura caen dentro del ámbito de acción de las regulaciones
impuestas por las leyes, las cuales se han expandido para poner bajo su control
una enorme cantidad de cultura y creatividad a la que nunca antes había
llegado. La tecnología que preservaba el equilibrio de nuestra historia–entre los
usos de nuestra cultura que eran libres y aquellos que tenían lugar solamente
tras recibir permiso–ha sido destruida. La consecuencia es que cada vez más
somos menos una cultura libre y más una cultura del permiso.
Se justifica la necesidad de este cambio diciendo que es preciso para
proteger la creatividad comercial. Y, de hecho, el proteccionismo es el motivo
que tiene detrás. Pero el proteccionismo que justifica los cambios que describiré
más adelante no es del tipo limitado y equilibrado que habían definido las leyes
en el pasado. Esto no es proteccionismo para proteger a los artistas. Es, por
contra, proteccionismo para proteger ciertas formas de negocio. Corporaciones
amenazadas por el potencial de Internet para cambiar la forma en la que se
produce y comparte la cultura tanto comercial como no comercial se han unido
para inducir que los legisladores usen las leyes para protegerlos. Es la historia de
la RCA y Armstrong; es el sueño de los Causby.

Porque Internet ha desencadenado una extraordinaria posibilidad de que
muchos participen en este proceso de construir y cultivar una cultura que llega
mucho más allá de los límites locales. Ese poder ha cambiado el mercado para
las formas en las que se construye y se cultiva la cultura en general, y ese
cambio a su vez amenaza a las industrias de contenidos asentadas en su poder.
Por tanto, Internet es para estas industrias que construían y distribuían
contenidos en el s. XX lo que la radio FM fue para la radio AM, o lo que el camión
fue para la industria del ferrocarril en el s. XIX: el principio del fin, o al menos
una fundamental transformación. Las tecnologías digitales, ligadas a Internet,
podrían producir un mercado para la construcción y el cultivo de la cultura
inmensamente más competitivo y vibrante; ese mercado podría incluir una gama
mucho más amplia y diversa de creatividad; y, dependiendo de unos pocos

factores importantes, esos creadores podrían ganar de media más de lo que
ganan con el sistema que tienen hoy–todo esto en tanto en cuanto las RCAs de
hoy día no usen las leyes para protegerse contra esta competencia.
Sin embargo, como defiendo en las páginas que siguen, esto es
precisamente lo que está ocurriendo hoy día en nuestra cultura. Estos modernos
equivalentes de la radio de principios del s. XX o de los ferrocarriles del s. XIX
están usando su poder para conseguir que las leyes los protejan contra esta
nueva tecnología que es más vibrante y eficiente para construir cultura que la
antigua. Están triunfando por lo que respecta a su plan para reconfigurar
Internet antes de que Internet los reconfigure a ellos.

A muchos no les parece que esto sea así. Las batallas sobre el copyright e
Internet le parecen remotas a la mayoría. A los pocos que las siguen, les parecen
principalmente acerca de una serie mucho más sencilla de cuestiones–sobre si
se permitirá la "piratería" o no, sobre si se protegerá la "propiedad" o no. La
"guerra" que se ha librado contra las tecnologías de Internet–lo que el
presidente de la Asociación Estadounidense de Cine (MPAA en inglés), Jack
Valenti, ha llamado su "propia guerra contra el terrorismo"10–ha sido presentada
como una batalla sobre el imperio de la ley y el respeto a la propiedad. Para
saber de qué bando ponerse en esta guerra, la mayoría piensa que basta
solamente con decidir si estamos a favor o en contra de la propiedad.
Si éstas fueran de verdad las opciones, entonces yo estaría con Jack
Valenti y la industria de contenidos. Yo también creo en la propiedad, y
especialmente en la importancia de lo que Valenti llama "la propiedad creativa".
Creo que la "piratería" está mal, y que las leyes, bien afinadas, deberían castigar
la "piratería", se produzca fuera o dentro de Internet.
Pero estas sencillas creencias enmascaran en realidad una cuestión mucho
más fundamental y un cambio mucho más drástico. Lo que yo temo es que a
menos que lleguemos a ver este cambio, la guerra para librar Internet de
"piratas" también librará a nuestra cultura de valores que han sido claves en
nuestra tradición desde el principio.

Estos valores construyeron una tradición que, durante al menos los
primeros 180 años de nuestra república, les garantizó a los creadores el derecho
a construir libremente a partir de su pasado, y protegió a los creadores y los
innovadores tanto del estado como del control privado. La Primera Enmienda
protegía a los creadores contra el control del estado. Y como el Profesor Neil
Netanel argumenta convincentemente11, la ley del copyright, con los contrapesos
adecuados, protegía a los creadores contra el control privado. Nuestra tradición
no era ni soviética ni la tradición de los mecenas de las artes. Por contra, excavó
un amplio espacio dentro del cual los creadores podían cultivar y extender
nuestra cultura.

Sin embargo, la respuesta de las leyes a Internet, cuando van ligadas de
los cambios en la misma tecnología de Internet, han incrementado masivamente
la regulación efectiva de la creatividad en los EE.UU. Para criticar o construir a
partir de la cultura que nos rodea, antes uno tiene que pedir permiso como si
fuera Oliver Twist. Este permiso, por supuesto, se concede a menudo–pero no
se concede a menudo a los que son críticos o independientes. Hemos construido
una especie de aristocracia cultural; aquellos dentro de la clase nobiliaria viven
una vida cómoda; los que están fuera, no. Pero la aristocracia de cualquier tipo
es algo ajeno a nuestra tradición.

La historia que sigue trata de esta guerra. No trata de la "centralidad de la
tecnología" en la vida diaria. No creo en dios alguno, ya sea digital o de cualquier
otro tipo. La historia que sigue no supone tampoco un esfuerzo para demonizar a
ningún individuo o grupo, porque no creo en el demonio, ya sea corporativo o de
cualquier otro tipo. Esto no es un auto de fe, ni una fábula con moraleja, ni llamo
tampoco a la guerra santa contra ninguna industria.

Supone, por contra, un esfuerzo para comprender una guerra
desesperadamente destructiva inspirada por las tecnologías de Internet pero con
un alcance que va más allá de su código. Y al entender esta batalla, este libro
supone un esfuerzo para diseñar la paz. No hay ni una buena razón para que
continúe la lucha actual en torno a las tecnologías de Internet. Se le hará gran

daño a nuestra tradición y a nuestra cultura si se permite que siga sin control.
Debemos llegar a comprender el origen de esta guerra. Debemos resolverla
pronto.

IGUAL QUE CON la batalla de los Causby, esta guerra va, en parte, de la
"propiedad". La propiedad en esta guerra no es tan tangible como la de la guerra
de los Causby, y todavía no ha muerto ningún pollo inocente. Sin embargo, las
ideas que hay en torno a esta "propiedad" le resultan tan obvias a mucha gente
como les parecía a los Causby las afirmaciones sobre la santidad de su granja.
Nosotros somos los Causby. La mayoría de nosotros damos por sentado las
reclamaciones extraordinariamente poderosas que ahora llevan a cabo los
dueños de la "propiedad intelectual". La mayoría de nosotros, como los Causby,
trata esas exigencias como si fuesen obvias. Y por tanto, como los Causby,
estamos en contra cuando una nueva tecnología interfiere con esta propiedad.
Nos resulta tan claro como lo era para ellos el que las nuevas tecnologías de
Internet están "invadiendo" los derechos legítimos de su "propiedad". Nos resulta
tan claro a nosotros como a ellos que las leyes deben intervenir para detener
este allanamiento.

Y por tanto, cuando los geeks y los tecnólogos defienden a su Armstrong
o a sus hermanos Wright, la mayoría de nosotros simplemente no estamos de su
parte ni los comprendemos. El sentido común no se rebela. A diferencia que en
el caso de los pobres Causby, en esta guerra el sentido común está del lado de
los propietarios. A diferencia de lo ocurrido con los afortunados hermanos
Wright, Internet no ha inspirado una revolución de su parte.
La esperanza que yo tengo es agilizar este sentido común. Cada vez me
he ido asombrando más ante el poder que tiene esta idea de la propiedad
intelectual y, de un modo más importante, del poder que tiene para desactivar
un pensamiento crítico por parte de los legisladores y los ciudadanos. En toda
nuestra historia nunca ha habido un momento como hoy en que una parte tan
grande de nuestra "cultura" fuera "posesión" de alguien. Y sin embargo jamás ha

habido un momento en el que la concentración de poder para controlar los usos
de la cultura se haya aceptado con menos preguntas que como ocurre hoy día.
La pregunta, difícil, es: ¿por qué?
¿Es porque hemos llegado a comprender la verdad sobre el valor y la
importancia de la propiedad absoluta sobre las ideas y la cultura? ¿Es porque
hemos descubierto que nuestra tradición de rechazo a tales reclamaciones
absolutas estaba equivocada?
¿O es porque la idea de propiedad absoluta sobre las ideas y la cultura
beneficia a las RCAs de nuestro tiempo y se ajusta a nuestras intuiciones más
espontáneas?
¿Es este cambio radical que nos aleja de nuestra tradición de cultura libre
una instancia en la que los EE.UU. corrigen un error de su pasado, tal y como
hicimos tras una sangrienta guerra contra la esclavitud, y estamos haciendo poco
a poco con las desigualdades? ¿O es este cambio radical un ejemplo más de un
sistema político secuestrado por unos pocos y poderosos intereses privados?
¿El sentido común lleva a los extremos en esta cuestión debido a que el
sentido común cree de verdad en estos extremos? ¿O está el sentido común
callado ante estos extremos porque, como con Armstrong contra la RCA, el
bando más poderoso se ha asegurado de tener la opinión más convincente?
No pretendo hacerme el misterioso. Mis propias opiniones están ya claras.
Creo que fue bueno que el sentido común se rebelara contra el extremismo de
los Causby. Creo que estaría bien que el sentido común volviera a rebelarse
contra las afirmaciones extremas hechas hoy día de parte de la "propiedad
intelectual". Lo que las leyes exigen hoy se acercan cada vez más a la estupidez
de un sheriff que arrestara a un avión por allanamiento. Pero las consecuencias
de esta estupidez serán mucho más profundas.
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